Tuesday 10 May 2011

No todos somos iguales, tampoco ante la violencia.

El titular principal de la portada del periódico El Norte del día sábado 29 de enero de 2011 no requiere mayor explicación “Llega crimen a la élite regia”. Se entiende directamente algo de lo que esto implica, basta invertir unos cinco minutos para sacar cinco conclusiones sobre la naturaleza de los neoloneses y en general de los mexicanos: 1) no todos somos iguales; 2) la desigualdad nos divide en ciudadanos importantes y no importantes; 3) como no todos somos iguales y no todos somos igual de importantes, nuestro valor es diferente; 4) como no todos valemos lo mismo el costo de perder a algunos es mayor que el de perder a otros; 5) dado que el valor/costo de algunos de nosotros es pequeño, cuando se pierde una de estas vidas de valor/costo despreciable, no vale la pena invertir grandes recursos en aclarar la pérdida, sanar las heridas, hacer justicia y evitar que a otros similares les pase lo mismo. Obvia decir que esto sucede en todas partes del mundo, sin embargo, en pocos lugares sucede con tanta demencia como sucede en Nuevo León y México.
Arturo de la Garza era ganadero, empresario, fue diputado y perteneció a uno de los dos partidos más poderosos del país. Carlos Javier Amaro Herrera tenía 9 años, cursaba el tercer grado de primaria en una escuela pública, vivía en una colonia considerada como zona conflictiva. Arturo de la Garza comento en una reunión con amigos que ya no iba a sus ranchos en el norte de Nuevo León y Tamaulipas por la inseguridad. Los padres de Carlos Amaro comentaron en su momento que en su colonia frecuentemente se presentan balaceras, mismas que sus vecinos reportaban a la policía, la cual nunca acudía a sus llamados.  Ambos recibieron disparos en la cabeza, ambos fueron víctimas de la violencia que experimentamos día a día los mexicanos, ambos fueron parte de las noticias en los medios. Uno acaparo más espacio, fue más espectacular, su nombre salió de la boca de más y con mayor énfasis. Uno ameritó condolencias por parte del gobierno del estado (así en minúsculas, disminuido) expresadas en media página del periódico El Norte, el otro no. Ridículo que el mismo gobierno incapaz de generar la seguridad que la naturaleza de su existencia le obliga a proveer, exprese condolencias a aquellos cercanos a quien muere a causa de su mediocre desempeño. No sé que recibieron aquellos cercanos a Carlos Javier Amaro Herrera, lo que sí se es que no fue algo tan espectacular como lo fue en el caso de Arturo de la Garza González.
El hermano de Arturo de la Garza mencionó que ““Antes salió el carro de su hijo, salieron siete carros de los que estaban ahí en la reunión, y le tocó a él.” Los familiares de Carlos Amaro dijeron que “Fue un accidente, Carlitos estuvo en el momento equivocado”. Ambos están equivocados, no le toco a Arturo, tampoco Carlos estuvo en el momento equivocado ¿por qué ha de tocarle a alguien? ¿Por qué ha de estar uno en el momento equivocado?
Lo que vivimos los ciudadanos promedio (léase prescindibles, ignorables, desaparecibles, finitos y superfluos, entre otros) no tiene que ver con las probabilidades de morir a causa del crimen organizado (como trató de tranquilizarnos algún funcionario del gobierno), tiene que ver con nuestro derecho de vivir tranquilamente en un Estado en dónde hace 5 años uno podía circular sin problemas, sin miedos, libremente. Pero como no todos tenemos recursos (propios o públicos) para viajar en helicóptero o avión, con escolta y en autos blindados o irnos a vivir al extranjero, pues no todos podemos expresar que el que se vaya es un cobarde, no todos podemos decir que es un error grave no invertir en México en estos momentos.
La señora, el señor que viajaban en transporte público y murieron a balazos no pueden opinar lo mismo. Los hombres, mujeres, niños y bebes que fueron cruelmente asesinados en San Fernando Tamaulipas, y que ya olvidamos, no pudieron hacer oír sus gritos de dolor para poder ser auxiliados, así como tampoco pueden hacer oír su voz aquellos que son víctimas del crimen y que no tienen recursos, ni fama, ni amigos en el gobierno que les ayuden.
Más aún, el silencio ante la réplica del horror de San Fernando que se está viviendo en Durango es testigo del deterioro, del debilitamiento, de la costumbre, de la devaluación de la vida en México. Ciudad Juárez, Monterrey, San Fernando, Durango. Una abuela protegiendo a sus nietos, una niña con uniforme de escuela primaria, un padre de familia esperando a su hija, una madre paseando de noche, un joven yendo al trabajo, un niño paseando con amigos. Todos inocentes, todos ajenos al crimen pero participando de una sociedad que por tradición lo ha tolerado. Todos olvidados.